Latidos – procesos creativos de seis fotógrafas chilenas

Con esta nueva entrega del colectivo Rectángulo, creado en 2012 por Richard Salgado y Miguel Luna,  termina una trilogía dedicada a la difusión de la fotografía chilena. Rectángulo en el ojo (2014) fue la primera serie de seis micro documentales, luego vino Íconos de la fotografía chilena del S. XX (2018), ambos mostraban autores y autoras relevantes para comprender la producción fotográfica en nuestro país. Ahora presentamos Latidos (2019), que indaga en los procesos creativos de fotógrafas chilenas contemporáneas. En cada una de estas series documentales el interés principal ha sido difundir, por medio de una investigación exhaustiva de archivos y entrevistas, con un manejo audiovisual de gran calidad estética y de contenido, las prácticas artísticas en torno a las imágenes y al oficio fotográfico. Esta importante propuesta de difusión, que circula en la plataforma web del colectivo Rectángulo (www.rectanguloenelojo.cl), como en festivales nacionales e internacionales, ha sido un aporte significativo y único para la fotografía nacional.

 

Esta última serie documental nos habla sobre el trabajo de seis fotógrafas y artistas chilenas de diferentes generaciones: Verónica Soto, Catalina de la Cruz, el colectivo Cholita Chic, Julia Toro, Kena Lorenzini y Gabriela Rivera. A través de sus procesos conceptuales y materiales nos entregan distintas perspectivas de aproximación a las imágenes, como lo son, por un lado, la inmersión en el laboratorio analógico y la cámara oscura, la manualidad del coser y el bordar, la autonomía y la acción del pensar tanto el registro político como poético, la documentación de lo cotidiano o de la creación de imaginarios, que nos posibilitan adentrarnos en sus reflexiones acerca de las formas de ver, existir y entablar relaciones con el mundo. Estas narraciones audiovisuales son un viaje a sus espacios de creación, que nos aproximan a sus modos de mirar y pensar las imágenes, en sus respectivos talleres/hogares que nos abrieron generosamente, en donde el trabajo creativo y la vida misma se funden.

 

Estas mujeres, como muchas otras fotógrafas y artistas chilenas que antes y hoy contribuyen a construir universos simbólicos y proyectos de resistencia y acción, nos proponen algunas aproximaciones que son interesantes de tener en cuenta. Como lo es el cuerpo como un espacio de exploración y de manifestación de relatos silenciados y, por otro, el cuerpo como un archivo social que permite establecer espacios de libertad, en donde las imágenes otorgan oralidad a las memorias y a los relatos personales y colectivos tantas veces borrados, omitidos, marginados. Esto para pensar de otra forma los tiempos y las historias, en donde la linealidad de las cosas se disuelva para volver a existir en ciclos expandidos, en acciones comunes, para retornar a hablarnos/vernos a los ojos sin miedo, sin vacilación.

 

Es por ello que hemos considerado importante hablar desde los procesos creativos, pues los procedimientos que en ellas leemos y observamos nos permiten ingresar a un terreno fértil de contracción y dilatación, de fuerza, de sobrevivencia, de existencia…de latidos. Esto, porque como dice la artista Rosana Paulino (São Paulo, 1967)[1] “las imágenes no calzan, hay que rehacerse (rehacerlas), pues fuimos objetos no sujetos de nuestra historia”, una que debemos reescribir desde el trabajo documental hasta las propuestas artísticas, desde la sutileza del disparo hasta la acción política, desde la formación hasta las calles.

 

 

 

“Soy lo que he creado en imágenes”[2]. Verónica Soto inició en los ´90 un trabajo de exploración visual que la ha llevado a trabajar de forma extraordinaria en la autoconstrucción de diversas cámaras estenopeicas, permitiéndole “ser testigo de las tomas, respirando las escenas”, como una forma de registrar lo que esta más allá de lo visible al ojo humano, encontrando su propio refugio para reconocerse y entablar un viaje exploratorio sobre el significado profundo que la cámara a producido en nuestras sociedades, lo que ha compartido como docente en diversos espacios educacionales y comunitarios.

 

Exploro la discursividad de la fotografía en tanto imagen de lo real, abordando problemáticas sobre el territorio y su intervención/ocupación.” Catalina de la Cruz es una artista que trabaja –principalmente- con emulsiones fotográficas, tanto en sus obras como en su práctica docente, creando hace más de una década el Taller de Emulsiones Fotográficas reconocido a nivel latinoamericano. Podemos observar un interés por la escala del paisaje, aquella que carga una memoria colectiva y política, donde emerge la trascendencia del proceso, los materiales y el territorio como práctica cultural.

 

 

“Buscamos la felicidad dentro de la decadencia del machismo y lo hacemos fuera de los círculos de poder conservadores”. El colectivo Cholita Chic lleva trabajando el imaginario de las mujeres del norte por medio de los recursos del pop. A través de re-significaciones estéticas buscan mostrar la lucha por mantener la cultura ancestral y su interesante pensarse en el presente y el futuro. Les interesa registrar las transformaciones políticas, sociales y estéticas, tanto de los sistemas de comercio, las fiestas aimaras, así como de las nuevas consideraciones de género.

 

“Me gustan las fotos dramáticas que te cuentan una historia y éstas se quedan en la memoria”. Julia Toro es una fotógrafa que le interesa, sobre todo, la memoria y el tiempo. En su archivo, en constante construcción, podemos atisbar lo imprevisto del momento, como si los espacios en donde transita fueran registros constantes de amores y desvelos, de nostalgias y encuentros fugaces, que se mantienen siempre misteriosos, contenidos, en tanto imágenes que deben ser emotivamente aprehendidas.

 

“El año 1983 me hice feminista y mi trabajo toma especial énfasis en la lucha de las mujeres.” Kena Lorenzini se ha dedicado a la fotografía documental y a la práctica de reportera gráfica durante más de tres décadas, tanto a nivel editorial como activista de DDHH. Su incansable trabajo político y social a través de la fotografía se puede considerar un archivo necesario y urgente para el país, que en parte esta conservado, bajo donación de la propia fotógrafa, en el Archivo Nacional y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Además, coherente con su postura, sus imágenes se usan constantemente para centenares de publicaciones de organizaciones no gubernamentales.

 

“Soy artista visual y fotógrafa, feminista y madre activista”. Gabriela Rivera ha construido una obra que da cuenta de su interés por indagar en las problemáticas del cuerpo a través del activismo, la performance y la docencia. Su trabajo se construye hilvanando materiales para reflexionar en torno a la naturaleza intrínseca del ser mujer –del ser persona- y a la reivindicación de lo íntimo, de lo doméstico como espacio político.

[1] Dicho en una mesa del V Fórum Latinoamericano de Fotografía de São Paulo, Brasil, 2019.

[2] Todas estas frases son extraídas de los documentales y las conversaciones sostenidas con la autoras.

 

 

 Andrea Jösch